Esta es la historia del “asesino serial otaku”, uno de los hombres más peligrosos de Japón
Tsutomu Miyazaki terminó protagonizando uno de los crímenes más atroces de la historia japonesa

Tsutomu Miyazaki, el asesino serial otaku / internet
No todos los monstruos nacen de la oscuridad. Algunos se gestan a plena luz del día, en una casa familiar, con dibujos animados, cómics y una infancia marcada por el rechazo y la soledad. Así fue el origen de Tsutomu Miyazaki, mejor conocido como el "asesino otaku", un joven que pasó de ser el raro del salón al rostro de una pesadilla nacional.
Todo empezó en Tokio, el 21 de agosto de 1962. Tsutomu nació con una deformidad en las manos que lo marginó desde el primer día. Aislado en la escuela, ignorado en casa y temido por sus propias hermanas, encontró en los cómics y el anime un refugio donde no lo juzgaban. Pero esa burbuja creció hasta volverse irrespirable.
Su único vínculo afectivo era su abuelo, un hombre que le brindó consuelo hasta su muerte en 1988. Aquella pérdida no solo lo devastó: Miyazaki llegó al punto de consumir parte de las cenizas del anciano, en un acto que mezclaba desesperación con ritual.
A partir de ahí, se desató lo impensable.
Un descenso al infierno
Ese mismo año, Miyazaki cometió su primer asesinato. Atrajo a una niña de 4 años con caramelos y la llevó a un bosque, donde la estranguló, abusó de su cuerpo sin vida y luego guardó su ropa como trofeo. No fue un crimen aislado. Fue el inicio de una cadena de asesinatos con patrones cada vez más sádicos: niñas de entre 4 y 7 años, secuestradas, asesinadas, violadas post mortem y mutiladas.
La policía japonesa no podía entender lo que ocurría. Las familias comenzaban a recibir cajas con restos humanos, dientes, ropa ensangrentada y mensajes crípticos que helaban la sangre. En su habitación, Miyazaki guardaba videos, fotografías y partes de sus víctimas como si fueran objetos de colección.
Su historia estremeció al país no solo por la violencia, sino por lo metódico. Estudiaba a sus víctimas, regresaba a las escenas del crimen y mantenía una actitud indiferente ante el sufrimiento que provocaba. Decía que no se arrepentía. Aseguraba que quien cometía los actos no era él, sino su alter ego: “Rat-Man”.
El monstruo tras la máscara
La prensa japonesa lo bautizó como “el asesino otaku”, y aunque el término se ha usado para criminalizar el gusto por el anime, lo cierto es que Tsutomu Miyazaki representaba algo mucho más complejo: un desequilibrio mental nunca tratado, una historia de abandono y un cóctel de violencia que encontró salida en los rincones más oscuros de la cultura pop.
Fue detenido en julio de 1989, mientras intentaba secuestrar a otra niña. Esta vez, la familia actuó rápido. El padre de la menor lo enfrentó y logró impedir el rapto. Días después, la policía descubrió el infierno en su habitación: más de 5,000 videos perturbadores, material fotográfico de sus víctimas y el cadáver en descomposición de su última víctima, oculto en su armario.
Durante el juicio, su rostro no mostró culpa. Cuando hablaba de sus crímenes, lo hacía como quien narra una historia sin final. Fue declarado culpable y condenado a la horca. En 2008, Tsutomu Miyazaki fue ejecutado por sus crímenes.
Un caso que marcó a Japón
El caso de Tsutomu se convirtió en uno de los más impactantes del país. No solo por su brutalidad, sino por los debates sociales que desató: la salud mental, el aislamiento infantil, la cultura del anime como escape, y la responsabilidad de una sociedad que muchas veces ignora los focos rojos.
Hoy, su historia no solo es un archivo criminal. Es también una advertencia sobre lo que puede pasar cuando el dolor, la indiferencia y la obsesión se cruzan en un mismo cuerpo.

Viviana Hernández Bran
Licenciada en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón, UNAM. Creadora de contenido escrito y digital...


