¿Esta tradición justifica la masacre reciente de 246 ballenas piloto?

No estuve ahí, pero las imágenes bastan para estremecer el alma. El pasado 12 de junio, la bahía de Leynar, en las Islas Feroe, dejó de ser un paisaje idílico para convertirse en un escenario de horror: 246 ballenas piloto, entre ellas 30 hembras preñadas y varias crías, fueron arrastradas a una muerte cruel en nombre de una “tradición” que, sinceramente, parece más una carnicería que un ritual cultural.

Por más de una hora, las vi a través de videos acorraladas por embarcaciones motorizadas, nadando desesperadas, buscando una salida que nunca llegó. Los cazadores las guiaron hacia aguas poco profundas, y ahí comenzó el tormento: ganchos metálicos clavados en sus espiráculos, esos orificios por donde respiran, una de las partes más sensibles de su cuerpo.

El mar se volvió rojo, teñido por la sangre de seres que no tenían otra defensa que huir. Según Sea Shepherd Global, la matanza duró apenas 30 minutos… media hora suficiente para ver cómo se apaga la vida de decenas de criaturas inteligentes, sociales y sensibles, mientras sus chillidos se pierden entre el rugido del agua.

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¿Por qué siguen llamándolo “tradición”?

Los defensores del Grindadráp dicen que es cultura, que es historia. Pero la pregunta es inevitable: ¿tradición o masacre? ¿De qué sirve seguir con algo que se originó cuando no había qué comer, si hoy los cuerpos son arrojados a los acantilados y devueltos al mar sin aprovecharse la carne realmente?

Lo más escalofriante es que incluso los propios feroeses admiten que no se debería comer carne de ballena más de una vez al mes por el alto contenido de mercurio, ¿entonces para qué matar a cientos de animales? ¿Por costumbre? ¿Por orgullo? ¿Por inercia cultural?

Organizaciones como World Animal Protection lo dicen claro: “La cultura nunca puede usarse como excusa para la crueldad”. Y tienen razón. Las ballenas piloto son animales con vínculos familiares fuertes, empatía y comunicación compleja. No son recursos, son seres que sienten dolor, angustia y miedo.

Un mundo que observa con indignación

En pleno 2025, estas imágenes parecen sacadas de otra época, pero son reales. El mundo entero exige un alto definitivo a esta práctica arcaica que no tiene cabida en una sociedad moderna. Mientras tanto, los cuerpos de estos gigantes marinos flotan, se hunden, desaparecen… y con ellos, se hunde también un pedazo de nuestra humanidad.