Los teporingos ya se extinguieron en el Nevado de Toluca, ¿por qué?

Este pequeño conejo mexicano, tímido y ancestral, ya no corre por las faldas del Xinantécatl. Su extinción local es un eco más del deterioro ambiental que pesa sobre nuestros volcanes

Teporingo / Misión Planeta

Hubo un tiempo en que el conejo teporingo, esa criatura diminuta de orejas redondeadas y patas breves, correteaba entre el pastizal espeso del Nevado de Toluca. Lo hacía sin saber que era uno de los últimos. Hoy, ese silencio que quedó tras su rastro ha sido oficializado: el teporingo ha sido declarado extinto en esa región del Estado de México.

Según una investigación del Centro de Investigación en Ciencias Biológicas Aplicadas (CICBA) de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), el último avistamiento comprobado se remonta a 2003. Desde entonces, ni rastro. Sólo memoria, hojas secas y el frío perpetuo de la montaña.

La noticia ha caído como una piedra en el agua de la conciencia ambiental: la desaparición local de una especie endémica de México es también una señal, un grito apagado sobre la destrucción de hábitats naturales.

Aunque SEMARNAT intentó matizar la declaración argumentando que no había evidencia sólida de que el zacatuche, como también se le llama, hubiera habitado formalmente el Nevado, investigadores de la UNAM y la UAM Xochimilco llevaban años alertando sobre su declive en esa zona.

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El último conejo del zacatón

El teporingo, también conocido como conejo de los volcanes, tepoli o teopolito, mide apenas 30 centímetros y su cola es tan discreta que a veces pasa desapercibida. Tiene un pelaje denso, mezcla de tonos ocres, negros y dorados, y una vida marcada por el sigilo. Habita, o más bien, habita todavía, en las faldas del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, y en raras ocasiones, en otros bosques zacatonales de alta montaña.

Forma parte de una familia de mamíferos tan exclusiva que es el único del género Romerolagus. Una rareza biológica.

Su nombre náhuatl, zacatuche, se compone de zacatl (zacate) y tochtli (conejo), y su dieta es justamente eso: pasto tierno y hojas suaves. La naturaleza no le dio muchas armas para defenderse, y sus enemigos son numerosos: víboras, coyotes, linces, gavilanes… y nosotros.

Nosotros, sus principales depredadores

El teporingo no desapareció por obra del destino, sino por la expansión de la mancha urbana, la tala, los incendios y la fragmentación de su frágil ecosistema. Con cada carretera, cada lote vendido, cada construcción no regulada, su mundo se redujo a pequeñas islas verdes hasta volverse invivible.

Hoy es parte de una lista que crece como sombra: el ajolote, la vaquita marina, el lobo mexicano, el pecarí de labio blanco, todos nombres propios de una tragedia ambiental que avanza en silencio.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ya había colocado al teporingo en su lista roja de especies en peligro de extinción, y esta desaparición local no hace más que confirmar que estamos cerca de perderlo por completo.

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Entre la duda oficial y la certeza científica

La desaparición del teporingo en el Nevado fue confirmada en una investigación del Centro de Investigación en Ciencias Biológicas Aplicadas (CICBA) de la UAEM, publicada en 2017. Sin embargo, poco después de conocerse los resultados, la Semarnat emitió un comunicado señalando que nunca se había comprobado su presencia oficial en esta área y que el último registro confirmado data de 1975.

¿Ciencia o burocracia? Lo cierto es que el conejo ha dejado de saltar en los senderos del volcán. Y eso debería ser suficiente para prender las alarmas.

¿Qué queda?

Aunque en el Nevado de Toluca el teporingo ya no deja huella, en otras zonas del país todavía sobrevive. Sus poblaciones más estables se encuentran en áreas protegidas cercanas al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl, pero también están en riesgo.

En cada especie que se extingue, también se va una parte de nuestra historia, de nuestros mitos, de lo que nos conecta con este territorio. Ya no es solo un conejo que se va. Es un símbolo de lo que no supimos cuidar.

Hoy, el teporingo es más símbolo que especie. Es memoria de un ecosistema que se apaga.

Viviana Hernández Bran

Viviana Hernández Bran

Licenciada en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón, UNAM. Creadora de contenido escrito y digital...

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