Ghost en México: un lado oscuro del concierto que nadie pudo grabar pero si recordar

El Palacio de los Deportes respiraba nervios. La multitud, todavía marcada por el amargo recuerdo de la primera noche cancelada, contenía la ansiedad como si esperara el inicio de un ritual. No había pantallas iluminadas por celulares: los asistentes entregaron sus dispositivos en bolsas selladas, obedeciendo la nueva liturgia de Ghost. Lo curioso fue que, aun sin tecnología, el público encontró su propio brillo: pulseras fluorescentes y luces improvisadas que encendieron la arena antes del estallido.

Un altar para el Papa V

De pronto, la penumbra se quebró con Peacefield. Cayó el telón negro y apareció Tobias Forge, convertido en Papa V Perpetua, acompañado por sus ocho Nameless Ghouls. El escenario, erigido como una catedral profana, desplegaba tarimas adornadas con cráneos, vitrales que se rompían y recomponían en pantallas digitales, fuego y humo envolviendo cada rincón. En lo alto, una gigantesca cruz invertida con la “G” de Ghost brillaba como altar.

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“¡Aquí vamos, México!”, lanzó Forge en español, y el rugido fue tan contundente que hasta ondearon banderas de otros países.

Liturgia en tres actos

El concierto avanzó como una obra teatral dividida en capítulos. El primero, una procesión de energía con Lachryma, Spirit, Pinnacle to the Pit y Majesty, que convirtió a la arena en un coro sin celulares, pero con miles de manos en alto. “Buenas tardes, México, ¿cómo están?”, preguntó Forge en perfecto español. Un sector del público devolvió la cortesía: “¿Y tú?”. El cantante sonrió, cómplice: “Mejor, gracias por preguntar. Fui víctima de la maldición de Moctezuma”. El Palacio estalló en carcajadas; el pasado había quedado absuelto.

En el segundo acto, los vitrales proyectaban iglesias demoníacas que se hacían añicos mientras sonaban Cirice, Darkness at the Heart of My Love y Satanized. “Déjenme ver qué tan satanizados están”, provocó. El rugido que obtuvo como respuesta hizo vibrar la estructura metálica del recinto.

El momento de calma llegó con He Is: las pantallas se transformaron en un mosaico angelical que proyectó la figura de Cristo. El público, en silencio reverente, obedeció la instrucción de Forge: “Sientan esto”. Fue, paradójicamente, el instante más sagrado de toda la misa negra.

Entre billetes, niños disfrazados y un mariachi improvisado

La atmósfera no estuvo exenta de humor. Al sonar Mummy Dust, comenzaron a llover billetes falsos de 666 dólares con el rostro de Tobias Forge. Un asistente, bautizado irónicamente como Kevin Jesus, irrumpió con una sopladora para dispersarlos. “Denle gracias a Jesús por hacerlos ricos”, bromeó el Papa V. El público gritó entre risas: “Thank you, Jesus!”.

Lo inesperado fue la presencia de familias completas: padres levantando a sus hijos disfrazados de pequeños papas o monjas, todos haciendo la señal de los cuernos. La misa negra, en México, tuvo un aire casi familiar.

El último rezo

El cierre fue anunciado como una despedida solemne: “Guarden todos estos años, de todas las etapas… gracias”. El público respondió con un cántico colectivo durante Monstrance Clock, como si fuese la última oración de un culto clandestino. Pero la ceremonia aún no había terminado.

“¿Quieren una más?”, preguntó Forge. La respuesta fue ensordecedora. Y entonces llegaron los himnos: Mary on a Cross, Dance Macabre y, como broche, Square Hammer. En ese instante, el Papa V reapareció con sombrero de mariachi, recorriendo el escenario y saludando con un “Muchas gracias, México” en un español impecable. El Palacio explotó una vez más.

Con información de Marlem Suaréz, en El Universal.