El misterioso origen del pan de muerto: el relato que une el más allá con la mesa mexicana

Entre pétalos de cempasúchil y velas encendidas, el pan de muerto revela una historia ancestral que mezcla rituales prehispánicos, simbolismos de la vida y la muerte, y la dulzura de una tradición que México convirtió en arte comestible

Tradición del pan de muerto en México / agcuesta

Cada año, cuando octubre se despide y el Día de Muertos se aproxima, los hornos del país despiertan con el aroma inconfundible del pan de muerto, una delicia que parece más un conjuro que un alimento. Su forma redonda, sus huesos de masa cruzados en la superficie y su sutil toque a azahar y mantequilla no son un capricho estético: son símbolos de una cosmovisión que México ha preservado entre harina y memoria.

Antes de que los españoles trajeran el trigo y la repostería, los pueblos originarios ya realizaban ofrendas comestibles para honrar a sus muertos. Los antiguos mexicas, por ejemplo, ofrecían a los dioses una figura de amaranto mezclado con sangre humana, un alimento que representaba el corazón palpitante de quien daba la vida por la eternidad. Con la llegada de la colonización, el sacrificio se transformó: la sangre fue sustituida por azúcar y pan, y el rito sangriento se volvió símbolo de unión entre dos mundos.

Origen del pan de muerto

Origen del pan de muerto / hayaship

Origen del pan de muerto

Origen del pan de muerto / hayaship

La forma que narra el tránsito

El pan de muerto no tiene un diseño casual. Su forma circular representa el ciclo de la vida, el movimiento eterno del sol, el principio y el fin que se tocan. Los huesos dispuestos sobre la superficie aluden a los restos de los difuntos, pero también al sendero que deben recorrer las almas para volver al mundo de los vivos. En el centro, una pequeña esfera simboliza el corazón, o bien, la lágrima que el alma deja caer al despedirse.

Cuando se espolvorea con azúcar blanca, se dice que representa los recuerdos dulces de quien ya partió; mientras que en otras regiones se pinta con rojo, evocando la sangre como vínculo entre los vivos y los muertos.

De la ofrenda al ritual

Más allá de su sabor, el pan de muerto se ha convertido en una ofrenda sagrada que convoca a las almas a la mesa familiar. Colocarlo sobre el altar es un gesto que abre las puertas del Mictlán, el inframundo mexica, y marca la comunión entre generaciones. En muchos hogares, es el primer alimento que se comparte cuando se visita el panteón o se encienden las velas de la ofrenda.

No es solo pan; es un lenguaje simbólico que une a México con su pasado, con la tierra y con la certeza de que la muerte, en estas fechas, no es un final, sino un reencuentro.

Con el paso del tiempo, cada región le ha dado su propio toque. En Oaxaca, el pan lleva rostros dibujados con ajonjolí; en Puebla, se perfuma con anís; y en la Ciudad de México, el más tradicional se cubre de azúcar fina y se hornea con mantequilla dorada. Aunque las variantes cambien, el simbolismo permanece intacto: recordar a los muertos es también alimentar la vida.

El pan de muerto es, al final, una metáfora horneada: una promesa de que la memoria sigue tibia, que los lazos no se deshacen con el tiempo, y que el amor, como el pan recién salido del horno, todavía puede calentar el alma.

Viviana Hernández Bran

Viviana Hernández Bran

Licenciada en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón, UNAM. Creadora de contenido escrito y digital...

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