La historia del Xoloitzcuintle el guardián del umbral entre la vida y la muerte y su simbolismo en el Día de Muertos

En el Día de Muertos, el perro más antiguo de México deja de ser solo una raza: se convierte en un guía entre mundos, un símbolo de amor eterno y un recordatorio de que hasta la muerte necesita compañía

Xoloitzcuincle simbolismo / alkir

Cada noviembre, cuando el aire huele a copal, a pan dulce y a flores recién cortadas, el Xoloitzcuintle vuelve a caminar entre nosotros. No con patas, sino con memoria. En el Día de Muertos, esta criatura de mirada serena y piel desnuda no es un simple perro mexicano: es el guardián de las almas, el guía que acompaña a los muertos en su travesía hacia el Mictlán, el inframundo mexica.

Xoloitzcuintle / Auscape

Un perro nacido del fuego y los dioses

El origen del Xoloitzcuintle se pierde entre los cantos antiguos y las leyendas nahuas. Su nombre proviene de Xólotl, el dios gemelo de Quetzalcóatl, señor de las transformaciones, del ocaso y del destino. Según los mitos, fue él quien creó a este perro a partir de una chispa divina para ayudar a los humanos a cruzar los ríos del inframundo cuando la vida terminara.

Los antiguos mexicas creían que al morir, el alma debía enfrentar un largo viaje, lleno de pruebas. Solo si el difunto había sido bueno y había respetado la vida de los animales, un Xoloitzcuintle lo reconocía y le ayudaba a cruzar el río Apanohuacalhuia, cargándolo sobre su lomo. Si no, el alma vagaba sola.

Por eso, en las tumbas prehispánicas se han encontrado esqueletos de estos perros, enterrados junto a sus dueños: eran sus compañeros eternos, guardianes del tránsito entre mundos.

Del mito al altar

Hoy, cuando el Día de Muertos tiñe de naranja las calles y los altares se encienden con veladoras, el Xoloitzcuintle regresa como símbolo de fidelidad, protección espiritual y conexión con los ancestros. En muchos altares se coloca su imagen o una figura de barro que lo representa: no es decoración, es invitación. Se cree que su presencia abre el camino para que las almas regresen a visitar a los vivos.

Incluso en la cultura popular, su figura ha cobrado un nuevo brillo. Basta recordar a Dante, el compañero de Miguel en la película Coco, que rinde homenaje a este perro ancestral. Detrás del humor y el color, hay un mensaje que México conoce bien: el amor no termina con la muerte, solo cambia de forma.

Un espejo de lo humano

Más allá de la mitología, este guardián representa una idea profundamente mexicana: la del tránsito, el cambio, el equilibrio entre el mundo visible y el invisible. Su piel desnuda, que muchos consideraban curativa, y su naturaleza dócil pero intuitiva, lo vuelven un símbolo de vulnerabilidad y fuerza a la vez.

El Xolo enseña que la muerte no es un final, sino una continuación, un regreso al origen. Nos recuerda que toda despedida es, en realidad, una transformación.

Un emblema que sigue latiendo

Hoy, esta raza ancestral, reconocida como Patrimonio Cultural de México, vive una nueva etapa: ha pasado de los templos y los mitos al arte contemporáneo, los tatuajes, las pasarelas y las casas. Pero su esencia permanece intacta.Tener uno de estos animales es tener un pedazo de historia que respira, un guardián que no solo cuida el hogar, sino también la memoria.

En tiempos donde la muerte se disfraza de nostalgia y las calles se llenan de altares, el Xolo sigue ahí: silencioso, atento, fiel. Tal vez no ladra… porque escucha.

Viviana Hernández Bran

Licenciada en Comunicación y Periodismo por la...