Estos serían los símbolos ocultos que hay en Frankenstein, la nueva película de Guillermo del Toro

La nueva versión de Frankenstein dirigida por Guillermo del Toro explora, entre sombras y simbolismo, las raíces religiosas del mito: un relato de redención, culpa y creación que se convierte en una parábola moderna sobre el poder divino y sus consecuencias

El director Guillermo del Toro y Oscar Issac como Victor Frankenstein en el set de 'Frankenstein'. / Cr. Ken Woroner/Netflix

Hay algo profundamente místico en el Frankenstein de Guillermo del Toro. Bajo la superficie de su estética gótica y sus criaturas de laboratorio palpita un relato cargado de símbolos religiosos, donde la creación se confunde con la fe, y el amor con la culpa. La historia que Mary Shelley concibió en 1816, en medio de tormentas y pérdida, se reinterpreta aquí como un evangelio sombrío sobre el poder de jugar a ser Dios y la tragedia que ello conlleva.

Lejos de limitarse a adaptar la novela original, Del Toro la convierte en un espejo de su propio universo espiritual: un espacio donde lo divino y lo monstruoso comparten el mismo altar. Con la ayuda de un elenco estelar, Oscar Isaac, Jacob Elordi y Mia Goth, el cineasta mexicano teje una historia donde la ciencia y la fe colisionan, y el ser humano, una vez más, se atreve a desafiar al Creador.

El padre, el hijo y la herejía de la creación

Pocas metáforas son tan poderosas como la del padre y el hijo. Del Toro retoma esa relación bíblica para reinterpretarla desde la oscuridad. Víctor Frankenstein, un joven obsesionado con vencer a la muerte, encarna al hombre que busca ser Dios, sacrificando todo, su moral, su familia, su cordura, en nombre de un milagro que no le pertenece.

Su criatura, por otro lado, nace como una parodia del Hijo divino: un ser creado para salvar, pero condenado desde su primer aliento. En esa inversión del mito, Del Toro nos recuerda que el amor paternal, cuando se tiñe de soberbia, puede convertirse en un acto de violencia disfrazado de redención.

El creador lo concibe como un ser perfecto, pero la imperfección lo humaniza, lo vuelve espejo de quien lo fabricó. El rechazo de Frankenstein hacia su propia creación se convierte así en una crucifixión simbólica: el padre sacrificando al hijo que no cumplió con sus expectativas celestiales.

La crucifixión eléctrica y la herida en la costilla

En el laboratorio del doctor Frankenstein hay un altar. No está hecho de piedra ni de oro, sino de metal, rayos y carne. La crucifixión aparece aquí como imagen y castigo: el cuerpo de la criatura suspendido, los brazos extendidos, el rayo descendiendo desde el cielo. En ese instante, la ciencia imita al milagro, y el rayo se convierte en la chispa de la creación divina.

El cineasta mexicano, profundamente influido por su formación católica, transforma la escena del experimento en una suerte de resurrección profana. Cuando la criatura abre los ojos, no nace solo un cuerpo: nace la posibilidad del arrepentimiento.

Y, como si fuera poco, la herida en la costilla, ese corte que sangra, que duele, que humaniza, evoca el instante bíblico en que un soldado atraviesa el costado de Cristo. Es la prueba final de que lo monstruoso, en el fondo, también puede ser sagrado.

Las madres que redimen al monstruo

Entre tantas figuras masculinas y actos de soberbia, la presencia femenina en Frankenstein es la que ofrece consuelo. En la versión de Del Toro, la figura materna aparece fragmentada pero constante: la madre de Víctor, protectora y dulce; Elizabeth, la mujer que ve humanidad donde los demás solo ven horror; y, sobre todo, el eco simbólico de María, la madre que ama incluso lo que no entiende.

Elizabeth se convierte en una suerte de virgen gótica: no engendra, pero da vida emocional. Trata a la criatura como a un niño perdido, con ternura y compasión, y en ese gesto lo salva del olvido. Su mirada, más que su amor, es lo que lo humaniza. Frente al rechazo del creador, ella representa el perdón que solo una madre, o un corazón verdaderamente puro, puede ofrecer.

El ángel y el destino del elegido

Las visiones que atormentan a Víctor Frankenstein son más que delirios científicos. En su habitación, una escultura de un ángel parece cobrar vida, dictándole su destino. La presencia celestial no lo guía hacia la redención, sino hacia la locura de creerse elegido.

El paralelismo con los relatos bíblicos es evidente: el joven que escucha voces, que cree tener una misión divina, que se convence de que su sufrimiento es parte de un plan superior. Pero aquí, la revelación no proviene del cielo, sino de su propia ambición. En el universo de Del Toro, los ángeles no anuncian salvación, sino advertencias que los hombres nunca escuchan.

Un evangelio para el siglo XXI

La versión de Frankenstein de Guillermo del Toro no es solo una película: es una relectura espiritual sobre el deseo humano de trascender. En su historia, lo religioso no se predica, se siente. Cada imagen, cada sombra y cada símbolo son parte de una misa fúnebre sobre el precio de la creación.

Del Toro no reescribe a Shelley: la reza. Su Frankenstein no es un monstruo de tornillos y cicatrices, sino un espejo de nuestra necesidad de fe, amor y perdón. Al final, la pregunta persiste, flotando entre la tormenta y el trueno: ¿quién es más humano, el que crea o el que sufre por haber sido creado?

Con información de Paloma González de GQ.

Viviana Hernández Bran

Licenciada en Comunicación y Periodismo por la...