Rosalía refleja en su reciente discurso musical un nuevo tipo de espiritualidad femenina, ¿podría ser una invitación a un nuevo comportamiento en las mujeres?
La cantante catalana ha abierto un debate inesperado: ¿es el celibato una forma de emancipación o una retirada emocional ante la herida del amor? Entre estética religiosa y desamor contemporáneo, su discurso musical parece reflejar un nuevo tipo de espiritualidad femenina

Rosalía para LUX / Noah Dillon
Rosalía lo ha vuelto a hacer: con su nuevo proyecto musical, no solo ha redefinido el sonido del pop contemporáneo, sino también el imaginario espiritual que lo acompaña. Su reciente estética, velos blancos, rezos convertidos en versos, y una pureza performática que recuerda más a los conventos que a las discotecas, ha encendido una conversación en torno a una pregunta que suena incómoda en tiempos de hipersexualidad digital: ¿acaso la renuncia puede ser un acto de poder?
El fenómeno no ocurre en el vacío. En redes, cada vez más mujeres jóvenes exploran el lenguaje de la fe, el recogimiento y la abstinencia emocional como un refugio ante los vínculos dañinos. Se trata de una suerte de misticismo posmoderno, una corriente donde la herida amorosa y el cansancio social encuentran alivio en la idea de Dios, no como figura patriarcal, sino como proyección simbólica del “amor imposible”.
De la Motomami a la monja pop
La transformación de Rosalía, de la “Motomami” que celebraba la potencia sexual a la figura casi virginal que aparece en sus nuevos visuales, no es casual. La artista parece haber convertido la contradicción en su propio credo: lo sagrado y lo profano coexisten, como si fueran las dos caras de una misma devoción.En su último videoclip, plancha ropa, lava a mano y evita mirar directamente a la cámara: acciones pequeñas, pero cargadas de mensaje. No hay empoderamiento tecnológico ni libertad de movimiento; hay una especie de rendición escénica, una coreografía de lo doméstico.
Esa teatralidad religiosa ha sido interpretada por algunos como un guiño al “catolicismo estético” que recorre la cultura pop actual, de las películas de Los Javis hasta la moda sacra de firmas como Palomo Spain o Gucci, pero también como una reflexión sobre el agotamiento del discurso feminista tradicional.
Cuando el desamor se vuelve doctrina
En entrevistas, Rosalía ha hablado de su “celibato voluntario”. Muchos lo han tomado como una declaración artística, pero no deja de resonar como síntoma cultural. Tras una era en la que la libertad sexual fue bandera de emancipación, el nuevo discurso femenino parece buscar refugio en la contención, en el silencio, incluso en la ausencia del deseo.
Este gesto no es nuevo: tras cada revolución sexual, suele venir una oleada de introspección. Pero aquí el fenómeno toma una forma curiosa: el amor romántico, agotado por la decepción, se convierte en amor divino. Dios, o la idea de Él, deja de ser la autoridad patriarcal del pasado para transformarse en un “Dios-novio”, un espejo emocional donde las mujeres proyectan lo que el mundo no les dio.
Ya no es un Dios que castiga, sino uno que escucha. Uno que se amolda al anhelo. Uno que nunca desaparece con un “visto” o un “ghosting”.
Feminismo, fe y fuga
La paradoja es evidente: el feminismo que buscaba autonomía ahora parece enamorado de la sumisión elegida. No una sumisión impuesta por el hombre, sino una renuncia voluntaria a la exposición, al riesgo, al juego emocional.Este “neofeminismo místico”, como algunos lo llaman, propone alejarse del ruido del mundo para sanar. Pero en ese retiro también hay un peligro: el de convertir la huida en bandera, el de confundir la paz con la resignación.
Rosalía, con su voz suave y su estética blanca, parece encarnar ese dilema generacional: ¿hasta qué punto la espiritualidad puede ser una trinchera y no una celda? ¿Hasta qué punto el amor divino es un alivio y no un síntoma de que el amor humano ya no basta?
El marketing de la pureza
En la era del “branding emocional”, incluso la fe se vuelve estética. Cada era de Rosalía es un manifiesto visual, una construcción de personaje. En esta nueva etapa, el misticismo es un producto que se vende con la misma estrategia que el empoderamiento sexual lo hizo en Motomami.Pero la pregunta persiste: ¿es este giro una burla irónica, una crítica al capitalismo espiritual, o una verdadera conversión?
Lo cierto es que Rosalía no dicta una doctrina, sino que refleja un sentir colectivo: el de las mujeres cansadas de amar sin reciprocidad, el de una generación que busca redención en lo intangible, el de una juventud que se aferra a la idea de que la fe, aunque sea inventada, puede curar lo que el amor rompió.
Epílogo: entre la herida y la gracia
Quizá el gesto de Rosalía no sea un fracaso del feminismo, sino su metamorfosis. Tal vez el hábito no simboliza sumisión, sino descanso; no la rendición, sino el deseo de empezar de nuevo sin ruido.Porque, al final, el mensaje que resuena en su música es simple y profundamente humano: las mujeres siguen buscando un espacio para amar sin ser heridas, aunque ese lugar, por ahora, tenga forma de iglesia.
Con información de Lorena G. Maldonado de El Español.

Viviana Hernández Bran
Licenciada en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón, UNAM. Creadora de contenido escrito y digital...


