El día del vestido: todo lo que tuvo que ocurrir para que hoy puedas usar uno
Del símbolo prohibido al emblema de libertad: así ha evolucionado el vestido a través de siglos de normas, rebeliones y silencios impuestos. Una historia fascinante que explica por qué el 21 de noviembre celebramos el poder de una prenda que antes estuvo vetada para millones de mujeres

21 de noviembre día el vestido / Olena Malik
El 21 de noviembre se conmemora el Día del Vestido, una fecha que recuerda cómo esta prenda, ahora cotidiana, fue durante largos periodos un privilegio restringido, un símbolo de estatus y, en muchos contextos, un territorio prohibido para quienes no cumplían las normas sociales de su época. Lo que hoy llevas con naturalidad, un vestido, quizá ligero, quizá solemne, es el resultado de batallas culturales, conquistas silenciosas y transformaciones políticas que reescribieron el cuerpo femenino.

Historia del vestido / Westend61

Historia del vestido / Westend61
Una prenda con siglos de vida: del lino antiguo a los pliegues del poder
Antes de convertirse en un elemento esencial del guardarropa contemporáneo, el vestido fue un recurso de supervivencia. Las primeras civilizaciones lo confeccionaron para cubrirse del clima y marcar identidades dentro de sus comunidades. El lino egipcio, las túnicas griegas y las vestiduras romanas no distinguían entre hombres y mujeres: eran piezas funcionales que envolvían al cuerpo sin pretensiones de género.
El quiebre llegó después, cuando las sociedades comenzaron a asignar roles rígidos según el sexo. En Medio Oriente, Europa y regiones asiáticas, la moda se transformó en un lenguaje visual que dictaba jerarquías. El cuerpo femenino empezó a ser vigilado, moldeado, contenido. De esa vigilancia nació la idea de que ciertos atuendos eran “propios” de las mujeres y otros no; y que solo podían llevarlos quienes ocupaban determinados puestos en la escala social.
Cuando el vestido estaba prohibido: moral, castigos y control sobre el cuerpo
Aunque parezca paradójico, hubo periodos en los que las mujeres no podían usar vestido. En distintas regiones del mundo, especialmente entre los siglos XIV y XVIII, varias leyes intentaron regular qué podían vestir según su origen, religión o clase. No se trataba únicamente de censura estética, sino de un mecanismo para preservar estructuras de poder.
En Francia, por ejemplo, las ordenanzas suntuarias impidieron a mujeres de clases trabajadoras portar telas finas, bordados o cortes “reservados” a la nobleza. En Inglaterra, las campesinas tenían prohibido usar faldas largas confeccionadas con determinados materiales, pues se consideraba que imitaban a la aristocracia. En algunas ciudades italianas, vestir un traje “no autorizado” podía implicar multas, humillaciones públicas o incluso la confiscación de bienes.
A todo ello se sumaba una capa de moralidad que atravesaba las instituciones religiosas. El vestido, por su capacidad de revelar o sugerir siluetas, se convirtió en un objeto vigilado. Se imponían largos específicos, colores permitidos y telas “decentes”. Lo contrario se castigaba.
Lo más impactante no es que estas normas existieran, sino que se mantuvieran durante siglos.
La revolución del vestido: la prenda que se volvió bandera
A partir del siglo XIX, esta prenda dejó de ser únicamente un símbolo de control para convertirse en un terreno de resistencia. Con el auge de los movimientos feministas, el cuerpo comenzó a reclamar autonomía. Las sufragistas lo emplearon como un arma política: lo simplificaron, lo acortaron, lo hicieron más cómodo para marchar, protestar y ocupar espacios públicos.
Más tarde, a inicios del XX, figuras como Coco Chanel dinamitaron buena parte de los códigos tradicionales. Con líneas rectas y telas ligeras, la falda y el vestido moderno surgió como un manifiesto: el derecho de las mujeres a moverse sin restricciones. La moda se volvió declaración ideológica.
Desde entonces, la prenda siguió transformándose. El mini dress de los sesenta rompió tabúes. Los vestidos fluidos de los setenta reivindicaron libertades corporales. Los diseños actuales, multiplicados en texturas, tallas y estilos, celebran la diversidad que durante siglos se negó.
¿Por qué celebramos el Día del Vestido el 21 de noviembre?
Aunque no se trata de una festividad oficial, el 21 de noviembre se ha convertido en una fecha simbólica para reconocer cómo el vestido ha sido testigo, y protagonista, de cambios sociales cruciales. No celebramos solo una prenda, sino el recorrido histórico que la acompaña: las luchas feministas que permitieron que cada persona elija qué ponerse, las voces que desobedecieron las reglas y las manos que, desde talleres invisibles, han construido la moda que hoy vemos pasar por las calles.
Es un recordatorio de que la ropa no es un mero adorno: es un espejo de nuestra época, un archivo de libertades conquistadas y un recordatorio de que aún queda mucho por transformar.
El vestido como territorio de identidad
Hoy, cuando eliges un vestido, decides algo más que un estilo: seleccionas un lenguaje. Puedes llevar uno minimalista, uno barroco, uno urbano, uno heredado o uno recién comprado. La prenda ya no pertenece a nadie más que a quien la usa.
Todo lo que antes estuvo prohibido, largo, color, tejido, forma, hoy es tuyo. No obedece a reglas ajenas, sino a tu historia personal.
Y quizá por eso, cada 21 de noviembre, celebramos sin darnos cuenta un triunfo silencioso: el de un cuerpo que por fin puede vestirse como quiere.

Viviana Hernández Bran
Licenciada en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón, UNAM. Creadora de contenido escrito y digital...


