¿Por qué sientes que tienes que tener novio aunque en el fondo sientes que no quieres?

Hablemos de heterosexualidad compulsiva, un concepto feminista que explica por qué muchas mujeres crecen convencidas de que tener novio, desear a los hombres y formar pareja heterosexual no es una opción, sino una obligación social. No se trata de a quién amas, sino de cómo el sistema te enseñó a amar antes incluso de que pudieras preguntarte qué te gusta de verdad.

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El amor como guion aprendido

Desde muy temprano, la historia se repite con una precisión casi mecánica: el final feliz tiene forma de hombre. No importa si llega como príncipe, novio, esposo o “el indicado”. El mensaje es claro y persistente: estar sola es provisional; estar con alguien, mejor si es hombre, es éxito. Así, el deseo no se explora, se hereda.

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En ese aprendizaje silencioso, muchas mujeres confunden aprobación con atracción, costumbre con amor, seguridad con deseo. No se preguntan qué quieren; se preguntan si están siendo elegidas. La heterosexualidad, entonces, deja de ser orientación y se convierte en mandato cultural.

¿Qué es la heterosexualidad compulsiva?

El término heterosexualidad compulsiva fue propuesto por la pensadora feminista Adrienne Rich para describir un sistema que presenta la heterosexualidad como destino inevitable para las mujeres. No como una preferencia, sino como una norma que se aprende antes de que exista la posibilidad de elegir.

La familia la transmite como futuro, la religión como moral, el Estado como modelo de orden, la cultura pop como romance aspiracional y el capitalismo como promesa de estabilidad: boda, casa, hijos, cuidados. Todo un circuito económico y simbólico que necesita que las mujeres amen, y sostengan, a los hombres para funcionar.

Capitalismo, pareja y rendimiento emocional

En este esquema, el amor heterosexual no es solo afecto: es productividad emocional. Las mujeres aprenden a cuidar, a acompañar, a sostener, a adaptarse. El vínculo se vuelve trabajo no remunerado y el novio, un proyecto que hay que conservar.

Por eso la pregunta nunca fue “¿te gustan los hombres?”, sino “¿cuándo vas a tener novio?”. La primera abre posibilidades; la segunda clausura el deseo.

La incomodidad como señal de conciencia

Si este concepto genera ruido, pausa o incomodidad, no es una falla: es una grieta. La heterosexualidad compulsiva duele cuando se nombra porque revela algo que siempre estuvo ahí, pero sin palabras. Y cuando algo se nombra, deja de ser destino.

No estás confundida.No estás tarde.No estás rota.

Estás, quizá por primera vez, escuchándote sin el eco del mandato.

Preguntarte no te obliga a cambiar, te permite elegir

Cuestionar la heterosexualidad compulsiva no exige redefinirte ni tomar decisiones inmediatas. Solo propone algo radicalmente simple: preguntarte qué deseas cuando nadie te está mirando.

El amor, cuando es libre, no responde a expectativas. Responde a verdad.

Y a veces, la verdad empieza con una pregunta que nunca nos dejaron hacer.

Con información de Cultura Colectiva