Muere Brigitte Bardot a los 91 años: la mujer que encarnó la libertad y que acabó cercada por la polémica

Brigitte Bardot murió este domingo a los 91 años. Con ella se extingue algo más que una estrella del cine: desaparece una figura que alteró para siempre la representación de la mujer en la gran pantalla, que hizo del deseo un lenguaje cinematográfico y que, ya lejos de los focos, eligió una vida de combate moral que terminó aislándola del mundo que alguna vez la celebró.

Y es que antes de Bardot, el cine europeo mostraba mujeres elegantes, contenidas, diseñadas para el decoro. Después de ella, el cuerpo femenino dejó de ser un objeto pasivo para convertirse en un territorio de voluntad, impulso y contradicción. Su irrupción no fue gradual: fue un impacto frontal.

Participó en cerca de 50 películas, pero bastaron un par de escenas para convertirla en leyenda. El baile febril y descalzo en Y Dios creó a la mujer (1956), filmado en Saint-Tropez, y aquel inicio de El desprecio (1963), de Jean-Luc Godard, en el que enumera su cuerpo desnudo como si se tratara de una geografía íntima, redefinieron el erotismo cinematográfico.

La crítica intelectual la tomó en serio antes que la industria. Simone de Beauvoir la describió como la encarnación de la “libertad absoluta”. El público, en cambio, confundió pronto al personaje con la persona.

Infancia rígida, talento precoz y una huida constante

Brigitte Anne-Marie Bardot nació en París el 28 de septiembre de 1934, en una familia acomodada, católica y severa. La disciplina marcó su infancia: castigos físicos, exigencia constante y una vigilancia estricta de su vida social. Durante la ocupación alemana, encontró refugio en el ballet, al que se dedicó desde los siete años con un talento que la llevó al Conservatorio de París.

Pero la rigidez familiar la asfixiaba. A los 15 años, según relataría después, buscaba desesperadamente “ser ella misma”. La oportunidad llegó de forma inesperada: una portada de Elle que sacudió a la Francia de posguerra. Su cabello largo, su físico atlético y su naturalidad desentonaban con la moda dominante. En cuestión de meses, Bardot era el nuevo rostro de la juventud francesa.

Roger Vadim y la fabricación de un mito

El cine llegó de la mano de Roger Vadim, primero como descubridor, luego como mentor y finalmente como marido. Él entendió antes que nadie el poder simbólico de Bardot y contribuyó a moldear su imagen pública, aunque a un alto costo personal para ella.

El romance fue tan intenso como turbulento. Cuando sus padres intentaron separarlos, Bardot intentó suicidarse. Se casaron cuando cumplió 18 años. Vadim la introdujo al cine, la expuso al ojo público y, sin saberlo, creó un mito que terminaría por devorar a la mujer.

Con Y Dios creó a la mujer, Bardot se convirtió en una provocación global. En Estados Unidos, acostumbrado a heroínas recatadas, su personaje fue visto como una amenaza moral. La película fue censurada en varios estados y denunciada desde los púlpitos. En Francia, la prensa la calificó de “inmoral de pies a cabeza”.

La actriz no hizo nada por desmentir esa imagen. Su vida sentimental fue tan observada como sus películas. El divorcio de Vadim y su relación con Jean-Louis Trintignant consolidaron su fama de mujer indomable, incapaz de ajustarse a las normas sociales.

Maternidad una herida irreparable

En 1959 se casó con el actor Jacques Charrier y tuvo a su único hijo, Nicolas. La maternidad fue para ella una experiencia traumática. Bardot nunca ocultó su rechazo al embarazo ni al rol materno. Décadas más tarde, su hijo la demandó por daños emocionales tras la publicación de su autobiografía, donde escribió que hubiera preferido “parir a un perrito”.

Fue una de las grietas más profundas en la memoria pública del icono: la mujer que simbolizó la libertad femenina no logró reconciliarse con la maternidad ni con su hijo.

El deseo de ser actriz, no solo símbolo

Aunque fue la actriz mejor pagada de Francia y un activo cultural incalculable para el país, Bardot arrastró siempre la frustración de no ser tomada en serio. “Casi siempre he tenido que desnudarme”, se quejaba.

Godard le dio esa oportunidad con El desprecio, donde mostró una capacidad dramática que muchos no le reconocían. Pero su filmografía posterior fue irregular, especialmente fuera de Francia. Ni Hollywood ni Europa supieron qué hacer con una mujer demasiado libre para los moldes del sistema.

El retiro radical y la causa animal

En 1973, con apenas 39 años, Bardot abandonó definitivamente el cine. Vendió joyas, recuerdos y objetos personales para fundar la Fundación Brigitte Bardot, dedicada a la defensa de los animales. Se hizo vegetariana, denunció la caza de focas en Canadá, el consumo de carne de caballo en Francia, el trato a los osos en China y financió programas de esterilización de perros callejeros en Europa del Este.

“Di mi belleza a los hombres. Ahora doy mi experiencia a los animales”, resumió entonces.

Ese compromiso absoluto derivó, con los años, en un discurso cada vez más radical. Sus críticas a prácticas religiosas y a la inmigración derivaron en declaraciones abiertamente racistas y homofóbicas que la llevaron repetidas veces ante los tribunales. Fue multada en numerosas ocasiones por incitación al odio racial.

Casada en sus últimos años con Bernard d’Ormale, vinculado a la extrema derecha francesa, Bardot terminó viviendo prácticamente recluida, lejos del aplauso y cercada por la controversia.

Brigitte deja un legado complejo: revolucionó el cine, el imaginario femenino y la cultura popular, pero también mostró cómo la fama puede convertirse en una jaula y cómo la libertad, llevada al extremo, puede terminar en soledad. Su vida fue, como su final, problemática. Y precisamente por eso, inolvidable.