Laureano no se toca: el árbol que venció a las grúas y hoy es Patrimonio Natural de la Ciudad de México

En una ciudad donde el concreto suele tener la última palabra, un árbol logró lo impensable: detener una obra y convertirse en emblema de lo que aún se puede cuidar. Su nombre es Laureano, aunque no tiene acta de nacimiento, ni CURP, ni pasaporte. Lo que sí tiene es una vida larga, ramas generosas y desde este 5 de agosto, el título oficial de Patrimonio Natural de la Ciudad de México.

Ubicado en la esquina de Miguel Laurent y Fresas, en plena colonia Tlacoquemécatl de la alcaldía Benito Juárez, este ejemplar de laurel de la India (científicamente conocido como Ficus microcarpa) sobrevivió a lo que muchos árboles en esta ciudad no: una excavadora.

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El árbol que no se dejó talar

Hace no mucho, Laureano estuvo a punto de ser reducido a astillas. Una constructora privada comenzó trabajos justo al lado del predio donde vive este árbol y, como suele pasar, el espacio verde les estorbaba. Pero los vecinos no se quedaron callados: se organizaron, alzaron la voz, salieron a la calle y lograron detener la tala. Su defensa fue tan contundente, que hoy no solo sigue en pie, sino que es oficialmente parte del paisaje protegido de la capital.

¿Qué implica ser Patrimonio Natural?

La declaratoria publicada en la Gaceta Oficial de la CDMX no es un simple gesto simbólico. Desde ahora, cualquier acción que afecte a Laureano deberá pasar por una revisión oficial basada en un Plan de Manejo desarrollado por la Secretaría del Medio Ambiente junto con la Secretaría de Cultura y la ciudadanía. Además, su historia será digitalizada e incorporada a la Plataforma del Patrimonio Cultural, Natural y Biocultural de la Ciudad de México, para asegurar su difusión y preservación.

Este paso marca un precedente importante: no se trata solo de proteger un árbol, sino de reconocer su valor ambiental, histórico y emocional en la vida cotidiana de una ciudad que lo necesita más que nunca.

Cuando los árboles tienen nombre... y voz

Ponerle nombre a un árbol no es solo un acto poético. Es una forma de crear lazos, de mirar al entorno con otros ojos. Y en esta historia, Laureano se volvió símbolo de comunidad, resistencia y memoria verde. No tiene raíces en el papeleo burocrático, pero sí en el corazón de quienes han crecido, caminado o descansado bajo su sombra.

Mientras otras colonias ven cómo las palas se llevan los árboles sin preguntar, Tlacoquemécatl ahora presume el suyo como si fuera un héroe local. Porque lo es.