Doctor Peyo: la historia del caballo que acompaña a quienes están en su lecho de muerte

No lleva bata blanca ni estetoscopio, pero basta con verlo entrar por los pasillos de un hospital para que el ambiente cambie. Sus pasos son lentos, medidos, casi ceremoniales. Se llama Peyo, aunque quienes lo conocen lo apodan “Doctor Peyo”. Y no es un médico en el sentido tradicional: es un caballo con una sensibilidad extraordinaria que, desde hace años, acompaña a pacientes en cuidados paliativos en el norte de Francia.

El instinto de un caballo diferente

Su historia comenzó casi por azar. Durante exhibiciones ecuestres, Peyo solía desviarse del guion: en lugar de atender a las órdenes de su jinete, se detenía frente a personas desconocidas, especialmente ancianos o enfermos. Allí permanecía quieto, como si quisiera ofrecerles algo que no se explica con palabras. Su cuidador, Hassen Bouchakour, comprendió que aquello no era un capricho, sino un instinto difícil de ignorar.

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Convencido de que esa conexión podía tener un sentido más profundo, dejó su carrera deportiva para seguir este llamado. Juntos crearon una rutina que, con los años, transformó a Peyo en un visitante habitual de hospitales.

Pasillos que se vuelven pradera

Para ingresar al hospital, el caballo pasa por un ritual que lo convierte en casi un miembro más del equipo médico: se desinfectan sus crines, su pelaje, sus cascos. Una vez dentro, es él quien decide dónde detenerse. Frente a una habitación levanta la pata, baja la cabeza o simplemente se queda inmóvil, como si identificara el dolor antes de que alguien se lo explique.

Los pacientes lo acarician, algunos sonríen por primera vez en semanas, otros encuentran calma en medio del miedo. No es raro que sus visitas consigan lo que los medicamentos no siempre logran: disminuir la ansiedad, aliviar el sufrimiento, reducir el dolor.

Un alivio compartido

Hasta ahora, Peyo ha acompañado a más de un millar de personas en sus últimos días. No solo a ellas: también a familias desgastadas por la espera y a médicos que cargan con la dureza de la despedida diaria. Hassen suele compartir reflexiones en sus redes, como un diario de viaje en el que las historias se entrelazan con gratitud y ternura.

“Queda la dicha de haberlos encontrado en una encrucijada, en algún lugar entre el cielo y la tierra”, escribió tras un año en el que Peyo estuvo presente en 186 despedidas. En otra ocasión recordó a Thérèse, una mujer que murió acariciando al caballo: “Qué privilegio haber compartido esa última noche juntos, entre la gratitud y la risa”.

La ciencia detrás del vínculo

Aunque pueda sonar mágico, lo de Peyo no es un caso aislado. En medicina, la terapia asistida con animales se recomienda desde hace tiempo como acompañamiento en cuidados paliativos. Perros y caballos son capaces de generar una calma que pocas intervenciones consiguen: reducen la sensación de soledad, estimulan la liberación de endorfinas y oxitocina, esas hormonas que alivian el dolor y la tristeza, y ayudan a los pacientes a reconciliarse con el presente.

Lo singular de Peyo es que su vínculo parece innato, no aprendido. Su instinto ha marcado la diferencia en un entorno donde la frialdad clínica suele imponerse.

Un caballo libre, un compañero voluntario

Fuera de los hospitales, Peyo no es un animal domesticado hasta la rigidez: vive en libertad, corre en campos abiertos y solo participa en las visitas cuando muestra disposición. Hassen insiste en que su bienestar está por encima de todo. Quizá esa sea otra parte del secreto: no se le obliga, no se le exige, simplemente se le permite ser.

Y así, entre pasillos silenciosos y habitaciones llenas de despedidas, este caballo ha recordado algo esencial: que incluso en el umbral de la muerte, un gesto de compañía puede transformar la manera de decir adiós.