Burnout Paradise Remastered: Reseña

El prodigio de los juegos de carreras regresa una vez más, ahora ¡Para llevar!

Burnout Paradise fue un verdadero hito en los juegos de carreras. Mientras Gran Turismo y Forza se enfocaban en el realismo, Paradise tenía una meta clara que lo diferenciaba: diversión pura. Con una gigantesca ciudad a explorar y retos (literalmente) en cada esquina; Burnout Paradise le hace honor a su nombre creando un verdadero paraíso para los fanáticos de la velocidad. Desde su lanzamiento en 2008, el título ha engalanado diversas plataformas: Xbox 360, PS3, PC, PS4 y Xbox One. Ahora, la consola de la gran N recibe su dosis de emoción al volante.

¿Cuál historia? ¡Esto se trata de acelerar y chocar, chavo! O por lo menos así lo dice DJ Atomika (aunque, por alguna razón, se llama DJ Bandy en español), el locutor de la estación #1 de Paradise City: Crash FM. Realmente la intro sólo es un gran tutorial narrado por el ocurrente pinchadiscos, donde te explica cómo la ciudad tiene 8 grandes puntos de encuentro (representando los puntos cardinales y sus intersecciones). Todas las carreras en Paradise empiezan en uno de estos puntos y terminan en otro. Así te vas familiarizando con la ciudad. Y todo esto sucede al ritmo de la épica Paradise City de Guns N’ Roses.

Aquí está la estrella del juego. Manejar dentro de Paradise City es un verdadero placer que ningún otro título de autos ha logrado alcanzar (aunque la serie Forza Horizons se va a acercando cada vez más). Tienes total libertad de ir y hacer lo que quieras, donde quieras y como quieras. No hay penalizaciones por no estar en una carrera o evento. La ciudad está plagada de rampas, túneles, atajos y hasta anuncios espectaculares que destrozar a toda velocidad. Su servidor ha pasado horas y horas sólo deambulando con el acelerador a fondo, explorando todo lo que esta ciudad ofrece.

Eso sí, existen objetivos: cuentas con una licencia de conducir que registra tus victorias. Párate en un semáforo, presiona freno y acelerador al mismo tiempo e ingresa a alguno de los eventos que suman puntos a tu licencia. Hay carreras, competencias de tiempo, luchas donde debes derribar al mayor número de oponentes, competencia de acrobacias, cazar y ser cazado. Paradise siempre tiene algo divertido esperándote. Además, esta versión (al igual que la de Xbox One y PS4) cuenta con todo el contenido descargable que salió con el original; totalmente desbloqueado desde el principio. Aquí hay contenido para horas y horas de emociones.

Creo que su único desatino es el multijugador, ya que es una verdadera peripecia lograr la conexión. Claro, en el momento que lo logras vale la pena; pero si nos deja pensando cómo Criterion creyó que esta interfaz era útil para el usuario.

Gráficamente, no cuenta con todas las mejoras cosméticas de las otras consolas. Sin embargo, el título mantiene unos férreos 60 cuadros por segundos (en modo Dock o portátil), lo que hace que la acción siempre se sienta increíblemente fluida. Obviamente, la resolución mejora mucho en el modo Dock. Pero gracias a la simplicidad de los gráficos (digo, no olvidemos que es de 2008), el modo portátil no se ve mal de ningún modo. Y ésa es la gran fuerza de esta versión: llevar Burnout a todas partes (incluso, dentro de tu propia casa. Cuídense por favor). Gracias a que los diferentes eventos del juego no consumen mucho tiempo, es perfecto para jugar en modo portátil sin preocuparte de perder progreso.

Burnout Paradise Remastered es la opción que los usuarios de Switch (hambrientos de otro título de carreras que no sea Mario Kart) esperaban. Velocidad trepidante, emoción al volante y diversión constante. Sólo le pongo un “pero”: su precio es algo elevado para un título que ya fuer remasterizado 3 veces. Si nunca lo has experimentado, te vas a ir de bruces de la cantidad de contenido y diversión que tiene. E incluso su servidor (que ya lo reseñó en 360, PC y One) no pudo más que rendirse ante el irrefutable encanto de este título. Si entras completamente fresco a él o regresas por nostalgia, no te vas a arrepentir.

Por Rolando Vera

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